“Tú ya lo sabes», me dijo el otro día mi hija de 15 años.
Frente a una afirmación de tal contundencia quedé sorprendida de haber adquirido, de golpe y sin saberlo, la capacidad de adivinar cosas que desconocía. Pensé que aquel acontecimiento me otorgaba ciertas cualidades propias de las brujas.
Hacía tiempo que tenía la sensación de ser medio bruja, sobretodo después de protestar por enésima vez sobre el desorden reinante en nuestra casa. Aquello acabó de confirmar mis sospechas: me había convertido, finalmente, en bruja.
Debo confesar una cosa. Cuando mi hija me respondió: «Tú ya lo sabes» a la pregunta: «¿Qué te pasa?, no tenía muy claro que le pasaba realmente.
Tuve que insistir con unas cuantas preguntas, pedir aclaraciones, hacer sugerencias, para descubrir la posible raíz del problema. Habiendo recibido como respuestas frases del tipo: «ahora no» o «no me apetece hablar», pasé a la siguiente fase: interpretar su cara larga, enfurruñada y con la mirada fija en el suelo de la habitación.
Finalmente, y después de un buen rato, intuí, más o menos, lo que le podía pasar, a pesar de que no me lo contó en ningún momento. Sólo soltó la magnífica frase que acabó por convertirme en bruja: «Tú ya lo sabes».
Bienvenida al mundo de la adolescencia, me dije.